martes, 19 de agosto de 2014

Él, el voluntario


Siempre recordaré aquel momento. Él, el voluntario, sonreía mirándome fijamente mientras alargaba amable e insistentemente su mano hacia mí para ofrecerme el dulce más sabroso que jamás había probado. Y no era tan dulce su sabor por los ingredientes que lo componían, sino más bien porque él me lo había ofrecido sin aceptar un no por respuesta. 

Nos conocíamos hacía muy poco pero él ya se había convertido, sin saberlo, en alguien muy importante para mi. Él, quizás sin ser consciente de ello, ha sido un voluntario excepcional en mi vida, un maestro moral, un amigo.

Yo vivo en un país en el que, a veces, las oportunidades son escasas, las relaciones personales extrañas, se nos juzga por la simple apariencia o clase social y la moral y motivación parecen cada vez más aplanadas. Antes de conocer a estas amables personas que tanto me han ayudado este último mes, creía que todo estaba mejor, que mi país avanzaba, que lo tenía todo. Pero la percepción cambia al conocer lo que hay fuera. Ellos, esas personas de piel, cultura, lengua y costumbres diferentes, me han enseñado, sin esperar recibir nada a cambio, más en este último mes de lo que muchos lo han hecho en años en mi país.

Recuerdo el primer día que le conocí. Apareció mientras yo intentaba trabajar, algo frustrada, porque aquello que había preparado no funcionaba como pretendía debido a la escasez de recursos y materiales de los que disponía. Recuerdo que, en medio de mi frustración, miré hacia él, como si una fuerza externa e invisible me impulsara a hacerlo, y esbozó la sonrisa más blanca, sincera, impecable, pura y atrayente que había visto en mi vida. Contesté a su sonrisa y él, como buen voluntario que era, durante el transcurso del día me ayudó con mi trabajo. Ayudó desinteresadamente a las personas con las que yo trabajaba, me enseñó algo de su idioma porque sabía que me sería de utilidad y me presentó a algunos otros voluntarios que podían seguir ayudándome. Desde aquel día, cada vez que volvía a trabajar, me enseñaba algo nuevo muy útil para mi vida y mi futuro. Me mostraba cosas que, en mi país, quizás no habría tenido oportunidad de conocer, y todo ello, sin esperar recibir nada a cambio. De eso trata ser voluntario y le estaré eternamente agradecida.

Él, el voluntario, me hizo comprender que los ríos también se llenan a base de pequeñas gotitas. Me enseñó la enorme, más aún de lo que pensaba, importancia de la amistad, de compartir, de ofrecer todo aquello que puedes (aunque todo lo que tengas sea sólo amor) únicamente por ayudar a alguien que de verdad lo necesita. Que tan solo poseemos aquello de lo cual podemos desprendernos ya que de lo contrario no somos poseedores, sino poseídos. Me enseñó a no dejar nunca de lado al niño que todos fuimos y sus ganas de jugar y, sobre todo, que el dolor y los problemas son reales, pero que el sufrimiento es tan solo opcional. Y recuerdo perfectamente el día en que, gracias a él, aprendí esto último…

Estaba yo, como cada día, tratando de realizar lo mejor posible mi trabajo en el hospital a pesar del cansancio y la escasez de recursos. Recuerdo que, aunque estaba contenta, andaba repitiéndome lo cansada que estaba y cuantísimo me dolía la cabeza aquel día. Entonces, como siempre en el mejor momento, apareció él, el voluntario, mi voluntario. Lo hizo, como cada día, sonriendo para mí y dispuesto, sin él saberlo, a ofrecerme una nueva enseñanza que jamás olvidaría. Arrastraba levemente su pierna derecha debido a los vendajes y una profunda y dolorosa herida que tenía en ella. Botaba el balón con su mano izquierda puesto que la derecha estaba también vendada y quizás algo deformada, y mirando hacia mí, como queriendo reforzar lo que estaba apunto de enseñarme, chutó el balón con su única pierna sana, con una inestabilidad que parecía que lo tumbaría pero con la sonrisa de felicidad más sincera que jamás podría ver y, acto seguido, con esa misma inestabilidad, arrastrando de nuevo su herida y vendada pierna derecha, corrió tras él emitiendo contagiosas carcajadas que todavía siguen resonando en mi interior para recordarme cada día que el sufrimiento y la incapacidad son tan solo opcionales. Él podía carecer de una infancia digna, pero nada ni nadie podía arrebatarle sus ganas de jugar.

Y fue entonces, justo entonces, cuando, mirando como sorprendida mi bata blanca, olvidé mi estúpido cansancio y dolor de cabeza y algo dentro de mí cambió para siempre gracias a él, al voluntario, a un niño ruandés de 5 años repleto de heridas, vendas, dolor y problemas cuya única posesión era el polvo que ya formaba parte de su dorada, aunque ahora rota y grisácea, ropa. A un niño que desde el primer día no había dejado de enseñarme lecciones de vida. A una personita que, de forma voluntaria y sin esperar recibir nada a cambio, me había ayudado con mi trabajo en el hospital, que había intentado, con una sonrisa y dulzura únicas, enseñarme palabras en su lengua local para que yo pudiera comunicarme mejor allí y que me hizo conocer a otras personas que son, para mí, los verdaderos voluntarios de mi experiencia. A esa madre que nos ayudó siempre con los niños cuando nos veía agobiados y arrancaba a cantar, siempre sonriendo, cuando uno de ellos lloraba; a ese marido que, de forma desinteresada, trató de mejorar la cohesión y actividades entre las personas con enfermedad mental viniendo cada día al hospital; a esa enfermera que, sacando las horas de su tiempo libre, venía a traducir nuestras confusas explicaciones.

Y recordé a todos ellos mientras saboreaba la dulce galleta que él me había ofrecido. Era nuestro último día en el país y queríamos hacer algo especial para ellos. Junto a música, proyecciones de fotos y entrega de material, regalamos unas simples galletas a unos niños que todavía no habían comido en ese día y que, quizás, probaban galletas, a lo sumo, una vez al año. Cuando él, el voluntario, destapó su paquetito de galletas y descubrió que había más de una, alargó insistentemente su mano ofreciéndome una de ellas a modo de última lección de mi experiencia. Puedo afirmar, sin duda alguna, que aunque vengo de un país donde los supermercados están repletos de galletas y dulces de diferentes compañías que luchan y se pelean por ser los más vendidos ofreciendo nuevos sabores, colores, formas, atributos y regalos, aquella simple y llana galleta, fue la más dulce y sabrosa que jamás haya probado.

Él, ellos, jamás recibirán un certificado de voluntariado o cooperación indicando sus horas de servicio, pero puedo asegurar, sin miedo a equivocarme, que son los que más lo merecen por las enseñanzas y ayuda que ofrecen sin esperar recibir nada a cambio. Gracias a él, gracias a ellos, cada segundo de mi experiencia, cada instante allí, me ha inspirado una poesía.



Lucía Asensi



miércoles, 4 de junio de 2014

Thimbo


Entre muchos otros, uno de mis mayores hobbies ha sido siempre leer. Desde el maravilloso día en que aprendí a hacerlo, han sido miles las historias que han pasado por mis ojos y mi mente para hacer, si cabe, un poco más apasionante mi tiempo, para crear más y más conocimientos, realidades y ficciones a mi vida.

Hace unos días, como cada año, se celebraba la feria del libro en la ciudad en la que estaba, algo que, como podréis adivinar, siempre me encanta visitar. Este año, aprovechando la ocasión, una asociación tuvo la idea de dedicar una zona a libros humanos. No sabía muy bien qué era esto cuando lo escuché, pero sin duda alguna, me atraía la idea. Thimbo nos dijo que participaría, así que no podía hacer otra cosa que acudir

Cuando llegamos, muchas otras personas ya estaban teniendo la suerte de escuchar las historias de los libros humanos, pero Thimbo, como siempre, rebosante de amabilidad, sonrió al vernos, reservó dos sillas a la sombra para nosotras y se sentó a nuestro lado. Tan solo le conocía de un par de tardes de comidas y fiestas, pero sabía que tenía mucho que contar y enseñar, aunque entonces, todavía no sabía cuánto.

Thimbo nos miró sonriendo y mordiendo levemente un lado de su labio inferior tratando de ocultar su vergüenza, pero acto seguido, clavó en nosotras sus profundos ojos negros, arqueó tímida pero decididamente sus cejas como tratando de reunir fuerzas para empezar, y comenzó a hablar. En ese momento, tuve la sensación de que podría caer dentro de aquellos ojos

Así fue. Sus profundos ojos negros y su melodiosa voz, guiados por sus palabras, acompañaron de la mano a mi mente a través de sus vivencias. Durante un periodo en el que perdí por completo la noción del tiempo y, casi, del espacio, viaje a través de sus palabras desde Senegal hasta España, viví de su mano las decisiones más duras e importantes que jamás haya tomado, viví despedidas irremplazables, luché por un sueño y decidí dar mi vida por él, vi luchar y morir, dormí en cajas de cartón, perdí la esperanza para volver a recuperarla, lloré, temí, odié, amé y, cuando, erizado cada centímetro de mi piel, mis ojos creían que no podrían aguantar más las lágrimas, una sincera y reconfortante sonrisa se dibujaba en su cara, devolviéndome, por unos segundos, al presente, donde cogía fuerzas para volver de nuevo a embarcarme en sus palabras.

No soy consciente del tiempo que pasé perdida en sus palabras, pero esa historia, esa real y cruda historia, ha sido, sin lugar a dudas, la más apasionante e inspiradora que jamás haya conocido. Es mi preferida entre las miles que haya podido leer, escuchar, ver o conocer porque incluía pequeñas dosis de cada posible emoción humana, una alta dosis de valentía y coraje que nunca dejaré de admirar y, sobre todo, porque incluía un cien por cien de realidad; una realidad que hoy, además de mi amigo Thimbo, viven cientos de maravillosas personas a las que vemos en las calles que transitamos cada día.

Gracias a él comprendí, que a veces las mejores y más apasionantes historias no se encuentran en los libros o en los cines, sino que se encuentran en ese chica que siempre se sienta en la plaza de la calle de al lado, en el chico que vende en la playa a la que siempre vamos, en el que trabaja en la panadería de abajo, en el de la fábrica de la ciudad, en el que recoge las naranjas que forman parte de nuestros sabrosos zumos En aquellos que hoy, pasan sus horas encerrados en un CIE, en aquellos que aún no hemos conocido y en aquellos que, irremediable y desgraciadamente, ya nunca tendremos la oportunidad de conocer.

Barça ba barsakh[1]





 Por Lucía Asensi





[1] Barça ba barsahk significa Barcelona o morir y es el grito de llamada lanzado por los jóvenes senegaleses que intentan alcanzar España.

jueves, 30 de junio de 2011

¡Ascendamos al estado de hombre!

Confiáis en el orden actual de la sociedad sin pensar que ese orden está sujeto a inevitables revoluciones y que os es imposible prever o prevenir la que interesa a vuestros hijos. El grande se hace pequeño, el rico se hace pobre, el monarca se hace súbdito; ¿tan escasos son los golpes de la fortuna que podáis contar con quedar exentos de ellos? Nos acercamos a la edad de crisis y al siglo de las revoluciones. ¿Quién puede responder de lo que vais a devenir entonces? Todo lo que los hombres han hecho, los hombres pueden destruirlo; no hay más caracteres imborrables que aquellos que imprime la naturaleza, y la naturaleza no hace príncipes, ni ricos, ni grandes señores. ¿Qué hará pues, en la bajeza, esa sátrapa al que solo habréis educado para la grandeza? ¿Qué hará en la pobreza ese publicano que solo sabe vivir de oro? ¿Qué hará, desprovisto de todo, ese fastuoso imbécil que no sabe en absoluto utilizarse a sí mismo, y solo pone su ser en lo que le es ajeno? ¡AFORTUNADO QUIEN SABE ENTONCES ABANDONAR EL ESTADO QUE LE ABANDONA, Y PERMANECER HOMBRE A PESAR DE LA SUERTE! Alábese tanto como se desee a ese rey vencido que quiere enterrarse enfurecido bajo los restos de su trono; yo le desprecio; veo que solo existe por su corona y que no es nada en absoluto si no es rey; pero quien la pierde sin inmutarse está, entonces, por encima de ella. Del rango de rey que es un cobarde, un malvado, un loco puede ocupar como cualquier otro, ASCIENDE AL ESTADO DE HOMBRE, QUE TAN POCOS HOMBRES SABEN OCUPAR...


Daniel Pennac (Mal de escuela)

Gracias a Tomás por hacerme conocer este libro 
y a Jorge por ser el modelo de la fotografía.

jueves, 2 de junio de 2011

El país de las cucharas largas

"Este pequeño país consta sólo de dos habitaciones llamadas negra y blanca. Para recorrerlo, debe avanzar por el pasillo hasta que este se divide y doblar a la derecha si quiere visitar la habitación negra, o a la izquierda si lo que quiere es visitar la habitación blanca"


El hombre avanzó por el pasillo y el azar le hizo doblar primero a la derecha. Un nuevo corredor de unos cincuenta metros terminaba en una puerta enorme. Desde los primeros pasos por el pasillo, empezó a escuchar los "ayes" y quejidos que venían de la habitación negra.

Por un momento, las exclamaciones de dolor y sufrimiento lo hicieron dudar, pero siguió adelante. Llegó a la puerta, la abrió y entró.

Sentados alrededor de una mesa enorme, había cientos de personas. En el centro de la mesa estaban los manjares más exquisitos que cualquiera podría imaginar y aunque todos tenían una cuchara con la cual alcanzaban el plato central, se estaban muriendo de hambre. El motivo era que las cucharas tenían la longitud del doble de su brazo y estaban fijadas a sus manos. De ese modo todos podían servirse, pero nadie podía llevarse el alimento a la boca.

La situación era desesperante y los gritos tan desgarradores, que el hombre dio media vuelta y salió casi huyendo del salón.

Volvió al hall central y tomó el pasillo de la izquierda que iba a la habitación blanca. Un corredor igual al otro terminaba en una puerta similar. La única diferencia era que, en el camino, no había quejidos, ni lamentos. Al llegar a la puerta, el hombre giró el picaporte y entró.

Cientos de personas estaban también sentadas en una mesa igual a la de la habitación negra. También en el centro había exquisitos manjares. También cada persona tenia una larga cuchara fijada a su mano. Pero nadie se quejaba ni lamentaba. Nadie estaba muriendo de hambre... porque todos se daban de comer unos a otros.


Tenemos la comida y tenemos las cucharas, pero, como dice Jorge Bucay "no somos más estúpidos porque no tenemos más tiempo".

lunes, 28 de marzo de 2011

Todos somos africanos emigrados


¿Adán y Eva eran negros?

En África empezó el viaje humano en el mundo. Desde allí emprendieron nuestros abuelos la conquista del planeta. Los diversos caminos fundaron los diversos destinos, y el sol se ocupó del reparto de los colores.

Ahora las mujeres y los hombres, arcoiris de la tierra, tenemos más colores que el arcoiris del cielo; pero somos todos africanos emigrados. Hasta los blancos blanquísimos vienen del África.

Quizás nos negamos a recordar nuestro origen común porque el racismo produce amnesia, o porque nos resulta imposible creer que en aquellos tiempos remotos el mundo entero era nuestro reino, inmenso mapa sin fronteras, y nuestras piernas eran el único pasaporte exigido.

jueves, 17 de febrero de 2011

LA BELLEZA DE HOLANDA


Cuando estás esperando un hijo, es como planificar un maravilloso viaje de vacaciones a Italia. Te compras un montón de guías de viaje y haces planes estupendos: El Coliseo, el David de Miguel Ángel, La Capilla Sixtina... Incluso aprendes algunas frases útiles en italiano. Todo es muy emocionante.

Después de meses esperando con ilusión, llega por fin el día. Haces las maletas y sales de viaje. el auxiliar de vuelo se acerca a ti y te dice: "Bienvenido a Holanda". "¿Holanda?" dices sorprendido. "¿Qué quiere decir con Holanda?". ¡Yo he contratado mi viaje a Italia y tendría que estar allí!... "Lo lamento, ha habido un cambio en el plan de vuelo. Han aterrizado en Holanda y se tiene que quedar allí".

Como este destino no estaba previsto, tienes que salir y comprar nuevas guías de viaje y aprender un idioma completamente nuevo. Vas a conocer gente nueva, personas a las que en Italia no hubieses conocido nunca. Es un lugar diferente, en donde tú no pensabas aterrizar aún sabiendo que algunas personas aterrizan todos los días allí. Es más tranquilo que Italia, quizá menos excitante y más complejo, pero después de haber pasado cierto tiempo allí y recobrar tu aliento, miras a tu alrededor y te das cuenta que Holanda tiene molinos de viento, tiene tulipanes e incluso Rembrandts.

Al mismo tiempo, te das cuenta que, todas las personas que conoces, están muy ocupadas yendo y viniendo de Italia, todas presumen de lo bien que se lo están pasando allí. Y durante el resto de tu vida te dirás a ti mismo: "Sí, allí es donde yo debería haber ido, eso es lo que había planeado". Y el dolor nunca, nunca desaparecerá del todo, porque la pérdida de ese sueño es una pérdida muy significativa.

Pero si te pasas la vida lamentándote por el hecho de no haber podido visitar Italia, es posible que nunca te sientas lo suficientemente libre como para disfrutar de las cosas tan especiales y encantadoras que tiene Holanda.

Mirando atrás, reflexiono sobre el momento en que llegué a Holanda. En ese momento, yo no estaba preparado para el cambio de vuelo. Recuerdo con claridad el golpe emocional, mi temor, mi ira, mi dolor y mi incertidumbre. Cuando bajé del avión, fue sin duda, el día más feliz de mi vida y el más amargo a la vez. Durante algún tiempo traté de volver a Italia, tal y como lo había planeado, pero me he dado cuenta que mi sitio está aquí. Después de todo, creo que llegar a Holanda me permite ver las cosas de una forma especial.

Sigo preguntándome de vez en cuando cómo hubiese sido mi vida en Italia. ¿Hubiese sido más feliz? ¿Hubiese sido más enriquecedora?. Quizá Holanda sea menos llamativa que Italia, pero esto se ha convertido en una ventaja inesperada. En cierta medida he aprendido a aminorar la velocidad y a mirar de cerca las cosas. He aprendido a relativizar el comportamiento humano y de esta forma, disfruto mucho más que otras personas de los molinos de viento, los tulipanes y los Rembrandts.

He llegado a querer a Holanda y llamarla mi hogar.



Adaptación de Carlos Fructuoso Muñoz (padre de un niño autista) basada en el relato de la guionista de Barrio Sésamo, Emily Pearl, donde describe de manera positiva cómo vivió la experiencia de tener un hijo con discapacidad.

miércoles, 5 de enero de 2011

¡Suelta tu plátano!


Yo no tenía ni 4 meses de edad cuando mi madre nos llevó a mis hermanos mayores y a mí a vivir a Costa de Marfil, Africa. Mi madre, una hermosura de piel tostada, cabello negro y ojos azul claro, tenía razones peculiares para emigrar al suelo Africano. Una de ellas, era vivir y perseguir su sueño de infancia (tener un ejército de hijos y animales viviendo todos en perfecta armonía en su granja africana) pero también entender empíricamente las enseñanzas de Jane Goodall y Dian Fossey (primatólogas de renombre) que alimentaron su sed de aventuras en su adolescencia.

Durante toda mi vida, mi madre me ofreció un buffet de preciosas enseñanzas que yo modifiqué y adapté de acuerdo con mi personalidad. Los platitos intelectuales que nos servía podían y debían ser sazonados con nuestros gustos y necesidades individuales.

Esta es una de las enseñanzas que he sazonado con mis propias experiencias:

¿Sabes cómo atrapar a un chimpancé sin lastimarlo? No tiene sentido correr, trepar árboles, usar artillería pesada o beneficiarse de nuestros avances científicos. Es sencillo; todo lo que necesitas es una pequeña caja con un agujero y un plátano.

Coloca el plátano dentro de la caja y espera. Los chimpancés son criaturas extremadamente ingeniosas que pueden improvisar comportamientos pragmáticos de acuerdo a la situación. Sólo necesitan unos pocos segundos antes de entender que tendrán que meter su brazo por el pequeño agujero para alcanzar el plátano. Sin embargo, una vez que la fruta es agarrada, el puño se vuelve demasiado grande para sacarlo del agujero. Nada les impide liberarse más que su propia y terca resolución de sacar el plátano de la caja. Ahora, todo lo que uno necesita hacer es acercarse lentamente a la caja y atrapar al auto-condenado primate.

Cuando converso con mis amigos y con la gente que conozco en el camino, frecuentemente llegamos a una conversación que me entristece: la libertad.

Muchos admiran mi libertad y la manera en que vivo mi vida, muchos amarían vivir de esta forma y muchos se quejan de su rutina diaria. Así que les cuento esta historia e insisto en que he soltado muchos plátanos para estar donde estoy hoy. Nada nos detiene de vivir plenamente más que nosotros mismos. Somos maestros de la Auto-Limitación.

Así que te invito a pensar más en cuál es tu Plátano y a soltarlo.

Porque una vez que has soltado tu plátano y te has liberado de ti mismo, te sorprenderás de ver que hay muchos otros plátanos esperando ser tomados.

Por desgracia, no hay mucho que hacer por aquellos que no son conscientes de que están sosteniendo un plátano.



Por cortesía del genial Keveen Gabet