domingo, 22 de marzo de 2009

Ama o muere, distancia. (O confesiones homicidas)


Desearía que la distancia fuera humana
para poder asesinarla.

Desearía que Cupido a las fronteras
atravesara con sus flechas
y así que el amor pudiera
unirlas eternamente.

Sí, enamórate, distancia
de la parte más distante de ti.

Distancia, ¡humanízate!
pues no soporto la idea de tu inmortalidad.
Introdúcete en un cuerpo
nace, vive, sé.

Hazte material, distancia
y desgarraré tu carne con mis dientes
y apuñalaré tu cuerpo con mis manos
y derramaré tu sangre en abundancia

Jamás odié como te odio a ti
y es que jamás ame como lo hice allí.

Mi alma echa de menos
a razón de tu existencia
y mi cuerpo crea lamentos
al distanciarme, distancia

Ya no sonríen sonrisas
no me miran sus miradas
no me hablan ya sus voces
ni me llegan sus palabras.

Cuántas promesas robadas
mil ilusiones quebradas
cuánta felicidad se lleva
mi cruel y odiada distancia.

Y mientras me alejo pienso:
enamórate, distancia
de la parte más distante de ti
o humanízate, distancia
para deshacerme de ti.

Lucía Asensi

sábado, 14 de marzo de 2009

RELATIVISMO CULTURAL


Hace algún tiempo, alguien, en algún lugar afirmaba que “la cultura hace persona a un ser humano” pero, ¿qué es cultura? La cultura es una obra humana. Sólo los hombres entre todos los animales que pueblan la tierra tienen una cultura. Por eso, con C. Kluckhohn (1951) podríamos definirla como “aquella parte del medio ambiente que ha sido creada por el hombre”. No sólo nuestros pensamientos, nuestras creencias, nuestras obras de arte están integradas en la cultura, sino también nuestro lenguaje y nuestra propia conducta. Las dos definiciones más populares al respecto son las dadas por Sir Edward B. Tylor (1871): “La cultura es ese todo complejo que comprende conocimientos, creencias, arte, moral, derecho, costumbres y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre en tanto miembro de la sociedad” y por B. Malinowski en los años cuarenta del siglo pasado:
“La cultura es el conjunto integral constituido por los utensilios y bienes de los consumidores, por el cuerpo de normas que rige los diversos grupos sociales, por las ideas y artesanías, creencias y costumbres”. Ambas definiciones especifican qué es lo que los individuos han producido en sociedad para poder ser aprendido por otros individuos. Y como el ser humano, desde que nace se va insertando en diferentes grupos sociales en los que se realiza como persona, la cultura aparece como segundo ambiente o naturaleza, propia del hombre y producida por él.

Una vez aclarada la palabra clave de este trabajo podremos entender que, en los últimos tiempos, el incremento de la inmigración y las mayores relaciones entre individuos de diferentes culturas ha provocado un fuerte dilema entre tres conceptos a los que Gustavo Bueno hacía referencia como el “Trilema”, ya que no se presentan como meras alternativas, sino como “disyuntivas entre las cuales hay que elegir” (Catoblepas, nº 2). Estos tres conceptos son el etnocentrismo, el relativismo cultural y el pluralismo cultural.
El etnocentrismo supone la preeminencia y superioridad de una cultura frente a todas las demás, es la actitud que adoptan los miembros de una determinada cultura o etnia que, al juzgar a otra, consideran la suya como la medida con la que evaluar las otras. Lo más opuesto al etnocentrismo es el llamado relativismo cultural, esto es, la relativización de los valores culturales, la no aceptación de valores universales en la cultura de manera que cualquier rasgo cultural es aceptado como tal sin ningún tipo de valoración. Los defensores de éste, apoyan que, como no hay culturas “buenas” o “malas”, es un error pensar que hay culturas “mejores” que otras. Son conocidas por todos las palabras de Protágoras en las que afirmaba que “el hombre es la medida de todas las cosas”. Pero esta corriente también ha recibido sus críticas: ¿se deben aceptar los sacrificios humanos, las violaciones de derechos y actuaciones tales como la práctica de la ablación, la imposibilidad de las mujeres de trabajar fuera de casa, la venta de niños como esclavos para trabajar, el sistema de castas, la pena de lapidación o de mutilación, etc.?
Esta problemática situación ha hecho que algunos hablen del pluralismo cultural o multiculturalismo, como una especie de término medio entre el etnocentrismo y el relativismo cultural. Este pluriculturalismo propone la autocrítica de las propias culturas como método para adecuarse a los contenidos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tomada como modelo universal de conducta, pues éstos se caracterizan por poseer la suficiente generalidad como para que puedan ser asumidos por cualquier cultura. Pero incluso esta postura de superación es acusada de etnocentrismo, al entender sus críticos que tal Declaración de Derechos no es más que la sublimación y pretendida universalización de los valores occidentales. Sin embargo, la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue aprobada el 10 de diciembre de 1948 por los países integrantes de las naciones Unidas, con 0 votos en contra, y únicamente 8 abstenciones (motivadas en su mayoría por la inclusión del artículo 17, el derecho a la propiedad, cosa que no era aceptada por los entonces denominados países del bloque del Este). Es decir, que hay un acuerdo prácticamente total en la necesidad de respetar estos derechos básicos, independientemente de las diferencias culturales. Por otro lado, independientemente de la cultura, los artículos de esta Declaración de Derechos tales como el derecho a la vida, a la dignidad personal, a la seguridad de su persona, a la libertad, etc. son considerados derechos históricos fruto de un consenso entre las personas, irrenunciables, inalienables, universales puesto que se basan en la propia naturaleza humana e imprescriptibles porque se adquieren sólo con nacer, es decir, son intrínsecos del ser humano; dicho a través de las palabras de Jean-Paul Sartre: “estamos condenados a ser libres”. O como diría Manuel Azaña respecto a la libertad intrínseca del individuo: “La libertad no hace felices a los hombres, los hace sencillamente hombres”.

Una vez aclarado el término cultura, y tras éste las tres corrientes creadas a su alrededor (el “Trilema”) y, habiendo afirmado que no son meras alternativas sino disyuntivas entre las que elegir. ¿Cuál sería la correcta y cuales las criticables?, ¿cuál de estas tres es la relación entre culturas que más beneficios produciría para el colectivo común?

El etnocentrismo resulta una postura muy fácilmente criticable y desechable. En principio, porque el hombre no está predeterminado biológicamente a ningún tipo particular de cultura puesto que algo que caracteriza al hombre es la plasticidad. Todo aquél que haya tenido el placer de disfrutar de libros tales como Los Papalagi (1981), No es natural de Josep-Vicent Marqués (1980) o Bueno para comer de Marvin Harris (1999) habrá podido comprobar ciertos aspectos estúpidos de su cultura que no son mejores que otros, ni mucho menos perfectos, tan sólo diferentes; al igual que es diferente rezar cinco veces al día mirando hacía un lugar concreto, llevar la cabeza rapada e innumerables collares de colores formados por cientos de cuentas que dependen de la edad del individuo, pintarse la cara y el cuerpo de forma rutinaria, bañarse en un río poblado por caimanes, serpientes y pirañas porque el que se baña cree que esos animales no quieren hacerle daño, dormir en una hamaca que cuelga del techo, poseer una familia formada por 28 miembros debido a que el padre esta casado con más de una mujer, afeitarse la cabeza y las cejas cada mes y dormir en una cabaña con tan sólo un colchón y una bombilla porque se cree que eso es más que suficiente… y otras tantas actuaciones que cuentan los niños entrevistados para la realización del libro Niños como yo (UNICEF).
Esta reflexión invita a posicionarse a favor del relativismo cultural. Apoyar este concepto implica apoyar también la actuación de analizar las diferentes culturas desde sus propios valores, de lo cual se sigue que ninguna es mejor, que ninguna es el centro, algo que resulta muy tolerante con las diferentes expresiones culturales. Pero estaría siendo incapaz de eludir riesgos tales como el racismo, ya que algunos relativistas opinan que la mejor forma de preservar las culturas es no mezclarlas, algo que acabaría siendo un modo de justificar la prohibición de la entrada de inmigrantes; o la parálisis cultural, provocada por la defensa de una visión estática de las culturas. Es cierto que es bueno conservar las culturas y tradiciones ya que “la cultura es la segunda naturaleza del hombre” (Landman) y en ella están integrados además de los pensamientos, creencias y obras de arte del hombre, también su lengua y conducta; pero la cultura, al igual que el hombre, es algo vivo que se va adaptando a las distintas circunstancias y los contactos entre culturas son enriquecedores. Además, como ya he nombrado anteriormente, este relativismo apoyaría asimismo actividades como los sacrificios humanos o la violación de derechos.
¿Debemos, por tanto, apostar por la tercera opción, el pluralismo cultural?
Esta opción se encuentra entre las dos anteriores y sería un equilibrio alcanzado entre ambas. El pluralismo cultural descubre unos valores compartidos ya por las distintas culturas, entre los que destaca el respeto a las diferencias culturales y permite un diálogo entre ellas. Estos valores compartidos, universales, de los que hablamos son los derechos humanos. Sin embargo, esta opción tampoco resulta aceptada por todos ya que algunos tachan tales derechos humanos como una pretendida universalización de los valores occidentales. B. Malinowski afirmaba que “todas las culturas, de un modo u otro, reflejan necesidades humanas comunes” y Friedrich Nietzsche sostenía que “la sencillez y la naturalidad son el supremo y último fin de la cultura”. ¿No son, acaso, el derecho a la vida, a la dignidad personal, a la seguridad del individuo, a la libertad, etc. necesidades humanas comunes y sencillas y naturales por ser inseparables hermanas del nacimiento del hombre, algo intrínseco a su existencia? Lo son, sin lugar a dudas, pero entender la cultura únicamente como un sistema de respuesta a necesidades naturales también sería criticable conociendo elementos culturales tales como el voto de castidad, el ayuno, etc. Llegados a este punto, afirmaremos, que tan sólo podemos considerar cultura a aquello que refleje necesidades humanas comunes, naturales y sencillas o, en su defecto, sean realizadas por el individuo de una forma completamente libre y, por tanto, no dañen la relación entre éste y la búsqueda de su felicidad.

Y ahora, recordemos a ese alguien que hace algún tiempo y en algún lugar afirmó que “la cultura hace persona a un ser humano”. Un ser humano puede hacerse a sí mismo persona hablando una u otra lengua, vistiendo de un modo u otro, comiendo ciertos alimentos que quizá para otros puedan parecer más repugnantes que deliciosos, rezando tanto a un dios como a muchos, o a ninguno; pero jamás un humano será persona rompiendo la integridad física de otros, siendo motivo de sufrimiento de sus vecinos, matando a sus semejantes o privando a otros de aquellos que les hace hombres, de su libertad, pero tampoco permitiendo que otros lo hagan sin enseñarles esos valores comunes pues “la libertad es un bien común y, mientras no participen todos de ella, no serán libres los que se crean tales” (Miguel de Unamuno).

Lucía Asensi
(segundo premio de la primera olimpiada filosófica de la SFPA)
www.sfpa.es/blog/?p=130