martes, 30 de junio de 2009

La Belleza de la ociosidad


Quiero admitirlo abiertamente: soy un vago.Mas no es la mía una pereza cualquiera: tengo el privilegio de poseer una pereza culta, cuidada, refinada y premeditada. Una pereza fruto de la reflexión y la curiosidad, no del aburrimiento… y pese a todo, soy un vago irremediable: por alguna razón, me complace desmedidamente desperdiciar mi tiempo en banalidades que carecen de sentido para cualquiera excepto para mí mismo. ¿Cómo describir el placer de trazar un ridículo e insignificante dibujo en la arena con un palito? ¿Existe algo más relajante que contemplar cómo se arremolina una nube, mientras te preguntas las probabilidades exactas de que esta nube sea un mapa perfecto de alguna isla real de la Tierra? ¿Habrá alguien más que haya inventado un sistema para formularse a sí mismo acertijos de lógica sin conocer su solución en el proceso?¿Cómo explicar lo difícil que resulta para uno trabajar, cuando el mundo está lleno de cosas tan sorprendentes como un grupo de hormigas devorando una abeja muerta, un guijarro de colores o formas especialmente fascinantes, o una mancha de gasolina en la carretera que, mirada desde cierto ángulo, parece una cara que te mira fijamente?¿Nadie más ha sentido la exquisita emoción de contemplar el vuelo de una mota de polvo, deseando secretamente que siga flotando sin tocar el suelo, y temblando de nervios cada vez que el viento la eleva de nuevo a pocos centímetros del fatídico encontronazo?Tal vez sí que sea el único. Tal vez no haya nadie más que se deleite imaginando que los sujetadores del pelo son las mandíbulas de un temible monstruo de dientes afilados, o que interiormente cante una marcha fúnebre en honor del caracol que luchó valientemente antes de caer presa de la horda de hormigas que lo devoraron vivo.Pero no importa que nadie más quiera saber por qué todos los relojes giran hacia la derecha y no hacia la izquierda, o quién eligió el orden del alfabeto, o por qué los teclados de las computadoras están en otro orden totalmente distinto. Lo que importa es que, por mucho tiempo que pase, nunca dejaran de haber dibujos en la arena, ni nubes, ni hormigas, ni guijarros, ni motas de polvo, ni acertijos ni preguntas reclamando su respuesta. El mundo nunca dejará de ser un paraíso para aquellos pocos afortunados que nacimos con la maldición de encandilarnos en la belleza de la ociosidad.Y por tanto, mientras los trabajadores siguen trabajando… los vagos seguiremos gozando de nuestra suerte.

Por cortesía de Albert Casals