jueves, 15 de octubre de 2009

El reloj parado a las siete


En una de las paredes de mi cuarto hay colgado un hermoso reloj antiguo que ya no funciona. Sus manecillas, detenidas desde casi siempre, señalan imperturbables la misma hora: las siete en punto. Casi siempre, el reloj es sólo un inútil adorno sobre una blanquecina y vacía pared. Sin embargo, hay dos momentos en el día, dos fugaces instantes, en que el viejo reloj parece resurgir de sus cenizas como un ave fénix. Cuando todos los relojes de la ciudad, en sus enloquecidos andares, y los cucús y los gongs de las máquinas hacen sonar siete veces su repetido canto, el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida. Dos veces al día, por la mañana y por la noche, el reloj se siente en completa armonía con el resto del mundo. Si alguien mirara el reloj solamente en esos dos momentos, diría que funciona a la perfección... Pero, pasado ese instante, cuando los demás relojes callan su canto y las manecillas continúan su monótono camino, mi viejo reloj pierde su paso y permanece fiel a aquella hora que una vez detuvo su andar. Y yo amo ese reloj. Y cuanto más hablo de él, más lo amo, porque cada vez siento que me parezco más a él. También yo estoy detenido en un tiempo. También yo me siento clavado e inmóvil. También yo soy, de alguna manera, un adorno inútil en una pared vacía. Pero disfruto también de fugaces momentos en que, misteriosamente, llega mi hora. Durante ese tiempo siento que estoy vivo. Todo está claro y el mundo se vuelve maravilloso. Puedo crear, soñar, volar, decir y sentir más cosas en esos instantes que en todo el resto del tiempo. Estas conjunciones armónicas se dan y se repiten una y otra vez, como una secuencia inexorable. La primera vez que lo sentí, traté de aferrarme a ese instante creyendo que podría hacerlo durar para siempre. Pero no fue así. Como mi amigo el reloj, también se me escapa el tiempo de los demás. Pasados esos momentos, los demás relojes, que anidan en otros hombres, continúan su giro, y yo vuelvo a mi rutinaria muerte estática, a mi trabajo, a mis charlas de café, a mi aburrido andar, que acostumbro a llamar vida. Pero sé que la vida es otra cosa. Yo sé que la vida, la de verdad, es la suma de aquellos momentos que, aunque fugaces, nos permiten percibir la sintonía del universo. Casi todo el mundo, pobre, cree que vive. Solo hay momentos de plenitud, y aquellos que no lo sepan e insistan en querer vivir para siempre, quedarán condenados al mundo del gris y repetitivo andar de la cotidianidad. Por eso te amo reloj. Porque somos la misma cosa tú y yo.

martes, 30 de junio de 2009

La Belleza de la ociosidad


Quiero admitirlo abiertamente: soy un vago.Mas no es la mía una pereza cualquiera: tengo el privilegio de poseer una pereza culta, cuidada, refinada y premeditada. Una pereza fruto de la reflexión y la curiosidad, no del aburrimiento… y pese a todo, soy un vago irremediable: por alguna razón, me complace desmedidamente desperdiciar mi tiempo en banalidades que carecen de sentido para cualquiera excepto para mí mismo. ¿Cómo describir el placer de trazar un ridículo e insignificante dibujo en la arena con un palito? ¿Existe algo más relajante que contemplar cómo se arremolina una nube, mientras te preguntas las probabilidades exactas de que esta nube sea un mapa perfecto de alguna isla real de la Tierra? ¿Habrá alguien más que haya inventado un sistema para formularse a sí mismo acertijos de lógica sin conocer su solución en el proceso?¿Cómo explicar lo difícil que resulta para uno trabajar, cuando el mundo está lleno de cosas tan sorprendentes como un grupo de hormigas devorando una abeja muerta, un guijarro de colores o formas especialmente fascinantes, o una mancha de gasolina en la carretera que, mirada desde cierto ángulo, parece una cara que te mira fijamente?¿Nadie más ha sentido la exquisita emoción de contemplar el vuelo de una mota de polvo, deseando secretamente que siga flotando sin tocar el suelo, y temblando de nervios cada vez que el viento la eleva de nuevo a pocos centímetros del fatídico encontronazo?Tal vez sí que sea el único. Tal vez no haya nadie más que se deleite imaginando que los sujetadores del pelo son las mandíbulas de un temible monstruo de dientes afilados, o que interiormente cante una marcha fúnebre en honor del caracol que luchó valientemente antes de caer presa de la horda de hormigas que lo devoraron vivo.Pero no importa que nadie más quiera saber por qué todos los relojes giran hacia la derecha y no hacia la izquierda, o quién eligió el orden del alfabeto, o por qué los teclados de las computadoras están en otro orden totalmente distinto. Lo que importa es que, por mucho tiempo que pase, nunca dejaran de haber dibujos en la arena, ni nubes, ni hormigas, ni guijarros, ni motas de polvo, ni acertijos ni preguntas reclamando su respuesta. El mundo nunca dejará de ser un paraíso para aquellos pocos afortunados que nacimos con la maldición de encandilarnos en la belleza de la ociosidad.Y por tanto, mientras los trabajadores siguen trabajando… los vagos seguiremos gozando de nuestra suerte.

Por cortesía de Albert Casals

domingo, 22 de marzo de 2009

Ama o muere, distancia. (O confesiones homicidas)


Desearía que la distancia fuera humana
para poder asesinarla.

Desearía que Cupido a las fronteras
atravesara con sus flechas
y así que el amor pudiera
unirlas eternamente.

Sí, enamórate, distancia
de la parte más distante de ti.

Distancia, ¡humanízate!
pues no soporto la idea de tu inmortalidad.
Introdúcete en un cuerpo
nace, vive, sé.

Hazte material, distancia
y desgarraré tu carne con mis dientes
y apuñalaré tu cuerpo con mis manos
y derramaré tu sangre en abundancia

Jamás odié como te odio a ti
y es que jamás ame como lo hice allí.

Mi alma echa de menos
a razón de tu existencia
y mi cuerpo crea lamentos
al distanciarme, distancia

Ya no sonríen sonrisas
no me miran sus miradas
no me hablan ya sus voces
ni me llegan sus palabras.

Cuántas promesas robadas
mil ilusiones quebradas
cuánta felicidad se lleva
mi cruel y odiada distancia.

Y mientras me alejo pienso:
enamórate, distancia
de la parte más distante de ti
o humanízate, distancia
para deshacerme de ti.

Lucía Asensi

sábado, 14 de marzo de 2009

RELATIVISMO CULTURAL


Hace algún tiempo, alguien, en algún lugar afirmaba que “la cultura hace persona a un ser humano” pero, ¿qué es cultura? La cultura es una obra humana. Sólo los hombres entre todos los animales que pueblan la tierra tienen una cultura. Por eso, con C. Kluckhohn (1951) podríamos definirla como “aquella parte del medio ambiente que ha sido creada por el hombre”. No sólo nuestros pensamientos, nuestras creencias, nuestras obras de arte están integradas en la cultura, sino también nuestro lenguaje y nuestra propia conducta. Las dos definiciones más populares al respecto son las dadas por Sir Edward B. Tylor (1871): “La cultura es ese todo complejo que comprende conocimientos, creencias, arte, moral, derecho, costumbres y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre en tanto miembro de la sociedad” y por B. Malinowski en los años cuarenta del siglo pasado:
“La cultura es el conjunto integral constituido por los utensilios y bienes de los consumidores, por el cuerpo de normas que rige los diversos grupos sociales, por las ideas y artesanías, creencias y costumbres”. Ambas definiciones especifican qué es lo que los individuos han producido en sociedad para poder ser aprendido por otros individuos. Y como el ser humano, desde que nace se va insertando en diferentes grupos sociales en los que se realiza como persona, la cultura aparece como segundo ambiente o naturaleza, propia del hombre y producida por él.

Una vez aclarada la palabra clave de este trabajo podremos entender que, en los últimos tiempos, el incremento de la inmigración y las mayores relaciones entre individuos de diferentes culturas ha provocado un fuerte dilema entre tres conceptos a los que Gustavo Bueno hacía referencia como el “Trilema”, ya que no se presentan como meras alternativas, sino como “disyuntivas entre las cuales hay que elegir” (Catoblepas, nº 2). Estos tres conceptos son el etnocentrismo, el relativismo cultural y el pluralismo cultural.
El etnocentrismo supone la preeminencia y superioridad de una cultura frente a todas las demás, es la actitud que adoptan los miembros de una determinada cultura o etnia que, al juzgar a otra, consideran la suya como la medida con la que evaluar las otras. Lo más opuesto al etnocentrismo es el llamado relativismo cultural, esto es, la relativización de los valores culturales, la no aceptación de valores universales en la cultura de manera que cualquier rasgo cultural es aceptado como tal sin ningún tipo de valoración. Los defensores de éste, apoyan que, como no hay culturas “buenas” o “malas”, es un error pensar que hay culturas “mejores” que otras. Son conocidas por todos las palabras de Protágoras en las que afirmaba que “el hombre es la medida de todas las cosas”. Pero esta corriente también ha recibido sus críticas: ¿se deben aceptar los sacrificios humanos, las violaciones de derechos y actuaciones tales como la práctica de la ablación, la imposibilidad de las mujeres de trabajar fuera de casa, la venta de niños como esclavos para trabajar, el sistema de castas, la pena de lapidación o de mutilación, etc.?
Esta problemática situación ha hecho que algunos hablen del pluralismo cultural o multiculturalismo, como una especie de término medio entre el etnocentrismo y el relativismo cultural. Este pluriculturalismo propone la autocrítica de las propias culturas como método para adecuarse a los contenidos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tomada como modelo universal de conducta, pues éstos se caracterizan por poseer la suficiente generalidad como para que puedan ser asumidos por cualquier cultura. Pero incluso esta postura de superación es acusada de etnocentrismo, al entender sus críticos que tal Declaración de Derechos no es más que la sublimación y pretendida universalización de los valores occidentales. Sin embargo, la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue aprobada el 10 de diciembre de 1948 por los países integrantes de las naciones Unidas, con 0 votos en contra, y únicamente 8 abstenciones (motivadas en su mayoría por la inclusión del artículo 17, el derecho a la propiedad, cosa que no era aceptada por los entonces denominados países del bloque del Este). Es decir, que hay un acuerdo prácticamente total en la necesidad de respetar estos derechos básicos, independientemente de las diferencias culturales. Por otro lado, independientemente de la cultura, los artículos de esta Declaración de Derechos tales como el derecho a la vida, a la dignidad personal, a la seguridad de su persona, a la libertad, etc. son considerados derechos históricos fruto de un consenso entre las personas, irrenunciables, inalienables, universales puesto que se basan en la propia naturaleza humana e imprescriptibles porque se adquieren sólo con nacer, es decir, son intrínsecos del ser humano; dicho a través de las palabras de Jean-Paul Sartre: “estamos condenados a ser libres”. O como diría Manuel Azaña respecto a la libertad intrínseca del individuo: “La libertad no hace felices a los hombres, los hace sencillamente hombres”.

Una vez aclarado el término cultura, y tras éste las tres corrientes creadas a su alrededor (el “Trilema”) y, habiendo afirmado que no son meras alternativas sino disyuntivas entre las que elegir. ¿Cuál sería la correcta y cuales las criticables?, ¿cuál de estas tres es la relación entre culturas que más beneficios produciría para el colectivo común?

El etnocentrismo resulta una postura muy fácilmente criticable y desechable. En principio, porque el hombre no está predeterminado biológicamente a ningún tipo particular de cultura puesto que algo que caracteriza al hombre es la plasticidad. Todo aquél que haya tenido el placer de disfrutar de libros tales como Los Papalagi (1981), No es natural de Josep-Vicent Marqués (1980) o Bueno para comer de Marvin Harris (1999) habrá podido comprobar ciertos aspectos estúpidos de su cultura que no son mejores que otros, ni mucho menos perfectos, tan sólo diferentes; al igual que es diferente rezar cinco veces al día mirando hacía un lugar concreto, llevar la cabeza rapada e innumerables collares de colores formados por cientos de cuentas que dependen de la edad del individuo, pintarse la cara y el cuerpo de forma rutinaria, bañarse en un río poblado por caimanes, serpientes y pirañas porque el que se baña cree que esos animales no quieren hacerle daño, dormir en una hamaca que cuelga del techo, poseer una familia formada por 28 miembros debido a que el padre esta casado con más de una mujer, afeitarse la cabeza y las cejas cada mes y dormir en una cabaña con tan sólo un colchón y una bombilla porque se cree que eso es más que suficiente… y otras tantas actuaciones que cuentan los niños entrevistados para la realización del libro Niños como yo (UNICEF).
Esta reflexión invita a posicionarse a favor del relativismo cultural. Apoyar este concepto implica apoyar también la actuación de analizar las diferentes culturas desde sus propios valores, de lo cual se sigue que ninguna es mejor, que ninguna es el centro, algo que resulta muy tolerante con las diferentes expresiones culturales. Pero estaría siendo incapaz de eludir riesgos tales como el racismo, ya que algunos relativistas opinan que la mejor forma de preservar las culturas es no mezclarlas, algo que acabaría siendo un modo de justificar la prohibición de la entrada de inmigrantes; o la parálisis cultural, provocada por la defensa de una visión estática de las culturas. Es cierto que es bueno conservar las culturas y tradiciones ya que “la cultura es la segunda naturaleza del hombre” (Landman) y en ella están integrados además de los pensamientos, creencias y obras de arte del hombre, también su lengua y conducta; pero la cultura, al igual que el hombre, es algo vivo que se va adaptando a las distintas circunstancias y los contactos entre culturas son enriquecedores. Además, como ya he nombrado anteriormente, este relativismo apoyaría asimismo actividades como los sacrificios humanos o la violación de derechos.
¿Debemos, por tanto, apostar por la tercera opción, el pluralismo cultural?
Esta opción se encuentra entre las dos anteriores y sería un equilibrio alcanzado entre ambas. El pluralismo cultural descubre unos valores compartidos ya por las distintas culturas, entre los que destaca el respeto a las diferencias culturales y permite un diálogo entre ellas. Estos valores compartidos, universales, de los que hablamos son los derechos humanos. Sin embargo, esta opción tampoco resulta aceptada por todos ya que algunos tachan tales derechos humanos como una pretendida universalización de los valores occidentales. B. Malinowski afirmaba que “todas las culturas, de un modo u otro, reflejan necesidades humanas comunes” y Friedrich Nietzsche sostenía que “la sencillez y la naturalidad son el supremo y último fin de la cultura”. ¿No son, acaso, el derecho a la vida, a la dignidad personal, a la seguridad del individuo, a la libertad, etc. necesidades humanas comunes y sencillas y naturales por ser inseparables hermanas del nacimiento del hombre, algo intrínseco a su existencia? Lo son, sin lugar a dudas, pero entender la cultura únicamente como un sistema de respuesta a necesidades naturales también sería criticable conociendo elementos culturales tales como el voto de castidad, el ayuno, etc. Llegados a este punto, afirmaremos, que tan sólo podemos considerar cultura a aquello que refleje necesidades humanas comunes, naturales y sencillas o, en su defecto, sean realizadas por el individuo de una forma completamente libre y, por tanto, no dañen la relación entre éste y la búsqueda de su felicidad.

Y ahora, recordemos a ese alguien que hace algún tiempo y en algún lugar afirmó que “la cultura hace persona a un ser humano”. Un ser humano puede hacerse a sí mismo persona hablando una u otra lengua, vistiendo de un modo u otro, comiendo ciertos alimentos que quizá para otros puedan parecer más repugnantes que deliciosos, rezando tanto a un dios como a muchos, o a ninguno; pero jamás un humano será persona rompiendo la integridad física de otros, siendo motivo de sufrimiento de sus vecinos, matando a sus semejantes o privando a otros de aquellos que les hace hombres, de su libertad, pero tampoco permitiendo que otros lo hagan sin enseñarles esos valores comunes pues “la libertad es un bien común y, mientras no participen todos de ella, no serán libres los que se crean tales” (Miguel de Unamuno).

Lucía Asensi
(segundo premio de la primera olimpiada filosófica de la SFPA)
www.sfpa.es/blog/?p=130

domingo, 15 de febrero de 2009

Lección emocional


Durante los últimos siglos de nuestra historia, el genero humano ha visto cómo se le despojaba paulatinamente de aquellas características que había considerado especiales y únicas en su especie. Hubo un tiempo en el que la Tierra era el centro del universo, pero Galileo nos arrebató la idea del antropocentrismo. Al menos, seguíamos siendo muy distintos a los animales, pero Charles Darwin se encargó de situarnos en el plano que nos correspondía... Bueno, al menos los hombres tenemos emociones.Cuando el campeón del mundo Garry Kasparov (foto) perdió una partida de ajedrez en 1997 contra el ordenador "Deep blue", sintió que toda una vida de trabajo intelectual se había derrumbado ante las máquinas. Sin embargo, Kasparov decía que había algo que "Deep Blue" jamás podría conseguir:-Bueno - dijo el ajedrecista -. Pero esa máquina no ha disfrutado ganándome.Kasparov seguía siendo especial: tenía emociones.

El miedo al "afuera"


Esta novela de Amin Maalouf podría resumirse muy brevemente como la vida cotidiana de una persona cualquiera en una época cualquiera. Sin embargo, a pesar de la sencillez de esta frase, es una novela realmente interesante y entretenida. León, El africano nos muestra una vista del mundo musulmán que vive en Granada a comienzos del siglo XVI. Poco a poco, lentamente, pero siempre de una manera fluida y ligera, Maalouf nos acompaña por las ciudades más imporatanes de la época y nos presenta a los personajes más transcendentales del momento.Granada, Fez, El Cairo y Roma, son los cuatro lugares principales por los que pasa el personaje a lo largo de su vida. Pero a través de esta historia también se conocen otras ciudades realmente interesantes como Tombuctú, Alejandría o Constantinopla. Pasan por el relato, de manera próxima o lejana, personajes tan relevantes como los Reyes Católicos, el emperador Carlos V, Lutero, Barbarroja, Solimán, la familia Médici o el papa León X. En esta novela, Maalouf habla de la vida, de los progresos humanos, de las religiones, de las formas de entender la religión, del hombre madurando en cada paso que da, formándose a sí mismo gracias a las diferentes experiencias y al conocimiento de sitios diferentes y culturas distintas. Maalouf habla de las relaciones humanas más allá de las diferencias religiosas.Una de las cosas que más me ha gustado de estas historia es el equilibrio que consigue el autor entre las descripciones de lugares o costumbres y los diálogos entre la cantidad de personajes que aparecen pero, sobretodo, lo que más me ha gustado ha sido como consigue el libro colocarnos en el lugar de los musulmanes en la conquista de Granada por parte de los cristianos. Lo mejor, según mi opinión, es cómo consigue hacernos ver de una forma muy realista que los actuales españoles somos parte de los musulmanes y de que muchas de nuestras tradiciones, gran parte de nuestros avances y cultura y, además, muchos de nosotros, procedemos, posiblemente, directamente de ellos. Edgard Said, activista palestino, crítico político y teórico literario, afirmó en una ocasión, que el Islam es una “parte sustancial de la cultura española y no una fuerza exterior de la que hay que defenderse como si fuera un ejército invasor.”Debe perderse el miedo hacía aquellos que vienen de fuera, si es que puede decirse que hay alguien de fuera. El miedo hacia esto sólo nace de la ignorancia de que cuando se habla del mundo árabe, no se habla de un “afuera”.

Lucía Asensi

El elefante encadenado


Cuando yo era pequeña me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacia despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces?¿Por qué no huye? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía creí en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: -Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta. Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía... Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree -pobre- que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...


Jorge Bucay

Bambú Japonés


No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante. También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada y grita con todas sus fuerzas: Crece, maldita seas! Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes: Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto, que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles. Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas la planta de bambú crece ¡más de 30 metros! ¿Tardó sólo seis semanas en crecer? No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años. Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que este requiere tiempo. Quizás por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados en corto plazo, abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta. Es tarea difícil convencer al impaciente que solo llegan al éxito aquellos que luchan en forma perseverante y saben esperar el momento adecuado. De igual manera es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo. Pero el bambú japonés sigue creciendo y cambiando aunque nada haga creer que esto sucede.